Homenaje al piropo

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Tiene que haber algo que haga que uno mire donde mira cuando mira.

Si no, no existirían los pensamientos impuros ni las proposiciones indecentes ni los piropos valientes. ¿Y pensar que la palabra piropo viene del griego pyropus (rojo fuego)? ¿Y pensar que luego vendrían los romanos y (cortos como eran – de palabras) llamarían piropos a los rubíes que luego regalarían a sus doncellas para conquistarlas, y que; aquéllos pobres, más pobres todavía si cabe, que sin tener pa comprar rubíes, solo les quedaría el poder de las palabras para llevárselas a la cama?;  ¿y pensar que así el piropo acabaría convirtiéndose en palabrería fina?

Existen pruebas fehacientes de que el primer piropo se echó allá por el año tal en un pueblo del Medio Oriente (más o menos por donde hoy cae Dubai). Por aquel entonces las yucas angoleñas (también conocidas como mandiocas) tuvieron que emigrar de su Angola natal para poder hacerse unos dineros en la ya entonces lujosa y prometida tierra. Cada día llegaban desde la otra parte del mundo miles y miles de estos tubérculos de clase obrera en busca de pan para sus familias. Como ha ocurrido en la mayoría de migraciones demográficas a lo largo de la historia, las yucas macho se dedicaban a la construcción, mientras que las yucas hembras se quedaban en casa preparando la comida y cuidando de la plebe. Así, las yucas macho se dirigían cada día a la obra con el bocadillo bajo el brazo, y a eso de las once, después de estar toda la mañana dándole a la pala, se sentaban en la acera a reponer energía. Era entonces cuando las mozas dubaitíes salían al mercado, a pasear y a hacer sus recados. Y era entonces cuando el contraste cultural hacía su mayor eco.

Ásperas, burdas y vulgares como eran las yucas, quedaban alucinadas ante el colorido, la jugosidad y el atrevimiento de las pitahayas (gentilicio para las habitantes del Dubai de entonces). También conocidas como frutas del dragón, las pitahayas se paseaban con movimientos curvílineos capaces de corromper a la yuca más fiel. Toda una revolución era ver a las yucas ponerse palote con tanta fruta fresca.

– ¡Señora, vaya usted con Dios, y yo con su hija! – gritaban los más atrevidos a sabiendas de que no iban a entender ni papa. – ¡No hay arroz para tanta paella! – halagaban otros. Y fue así, con la seguridad de que no iban a ser entendidos, como surgió el primer piropo, con la garantía de poder pedir favores de alcoba sin miedo a sufrir en las propias carnes auténticos palazos de escoba.

Ay, si los antiguos filósofos griegos levantaran la cabeza (y si los modernos pudieran también) y vieran la evolución de su bonita palabra para designar el rojo piropo…Dirían algo así como:

– Cuánta corrupción etimológica!, no te parece Papadopulos.
– Cierto Arístides, ¿es que acaso todo el mundo se corrompe?
– No conozco a todo el mundo. Pero vaya par se ha puesto la Afrodita, no?, fi fiiiiiiuuuu.

Afortunadamente, hay cosas que nunca cambian. Desde la motocicleta del cartero, nuestro homenaje al piropo.

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