Islas Canarias, Noviembre 2012. Gofio: tortitas típicas de la isla hechas con harina tostada que sirven de acompañamiento en segundos platos.
Situación: mientras leo el menú le pregunto curiosamente al camarero qué es el gofio. Tras su explicación clara y concisa me anima a que lo pruebe.
Al terminar la que se convirtió en una de las comidas más estresantes de mi vida…
– ¿Le ha gustado el gofio?
– Sí, sí, estaba muy bueno.
¡Dios! ¿pero por qué miento? No creo que el señor camarero caiga de rodillas al suelo levantando los puños en el aire y grite «por queeeé?!». Seguramente le tiré de un pie, o se la repampinfle o se la traiga al pairo o simplemente no le importe que a mi, en concreto yo, este ser «humano», con su nombre y sus apellidos, su pelo y sus orejas, no le haya gustado el gofio.
Entonces, no entiendo por qué demonios le acabo de mentir. Veamos.
Después de haber probado el gofio mi sentido del gusto, puramente gobernado por mis instintos más caníbales, le manda una señal o sms al cerebro diciéndole: – tío, esto no te gusta. Inmediatamente, mi cerebro, más refinado que un mayordomo inglés, no puede aceptar la anarquía y la poca clase de mis papilas gustativas. Así que envía una orden o fax de vuelta para que se pruebe de nuevo ya que seguramente haya habido algún error.
– Nada, terco como una mula – dicen por allí abajo. – Pues ala venga, dale otra vez al gofio -. Inevitablemente, se desencadena la misma reacción, es decir, no-me-gus-ta.
Inteligente como el solo, el cerebro insiste: – Ahá! Eso es porque lo has probado solo, sin acompañamiento. Seguro que sabe mejor maridado con otro componente del plato.
– Definitivamente, este tío es tonto – comentaban indignadas las papilas más revolucionarias. – Que yo paso de probar otra vez esto, tío, que no mola nada!
– He dicho que lo pruebes con un trozo de carne, obedece!
– Maldito estúpido autoritario de pacotilla, se cree que por vestir a la mona de seda…en fin.
Sin más remedio, allá va el tenedor a pinchar ambos trozos de comida juntos. Y entonces todo sucede a cámara lenta, la boca se abre, los ojos, ambos al borde del estrabismo, miran fijamente la punta del tenedor, la nariz coge aire, las manos dirigen el tenedor hacia la oscuridad infernal, la lengua se retrae asustada, las papilas en cuclillas se tapan los ojos, el cerebro cruza los dedos y …
…milésimas de segundo que parecen días…la respuesta es más plana que un encefalograma plano. Lo hemos perdido. No hay nada que hacer.
De repente el cerebro empieza a hiperventilar, Dios mío, ¿qué voy a hacer?¿qué voy a hacer?. Lo va a notar, lo va a notar (en estos casos siempre ayuda mucho repetir las paranoias mentales dos veces); heriré sus sentimientos, saldrá corriendo por el pasillo y se tirará por la ventana fijo, es decir, soy la peor comensal del mundo!
Con todo este bloqueo mental es imposible pensar con claridad.
Podría decirle que es un sabor nuevo y poco familiar para mi, o que tiene una textura granular que me ha sorprendido, o que aún no he identificado ese toque dulce característico…yo que sé! Cualquier cosa, pero no, después del estrés post-traumático, mi cerebro se pone automáticamente en modo avión y con gesto perezoso y un cigarrillo a medias me mira y me dice: – ¿Y ahora quieres que piense en una manera original de decirle la verdad?. Chica, búscate la vida, miente como una bellaca y déjame en paz.
jajajaajajajaj!!! no se podía haber contado mejor… 🙂
Pillastre