El infierno existe, de eso no cabe la menor duda.
Y si no, que se lo pregunten a la Pera Cadáver, nuestra protagonista de «Pesadilla después de Navidad«.
Perita Durango era de Durango (Bizkaia). Podría haber sido una fruta normal colgada de un árbol cualquiera en una ciudad al azar. Pero el mundo no quiso que así fuera.
Perita se levantaba para ir a trabajar, se duchaba, desayunaba, cogía el autobús, leía un rato, llegaba al trabajo, fichaba, saludaba a la recepcionista, dejaba el tuper de la comida en la nevera, se pillaba un café en la máquina, cogía el ascensor a la segunda planta, entraba en la oficina, saludaba a sus compañeros, se quitaba el abrigo, lo colgaba, encendía el ordenador, abría el outlook y leía los correos. Vamos, una rutina mañanera bastante común entre los de sus especie.
A las cinco en punto de la tarde, Perita recogía sus cosas, apagaba el ordenador, se ponía el abrigo, cogía el bolso, fichaba, saludaba a la recepcionista y al vigilante de seguridad, caminaba hasta la parada del autobús escuchando musiquita en el spotify de su smartphone, subía al autobús, tickaba el creditrans, se sentaba al lado de la ventana, chequeaba su facebook, revisaba su twitter, whatsappeaba, llegaba al centro, se bajaba del autobús, caminaba hasta su portal, abría el buzón, llegaba a casa, merendaba, se dedicaba a sus quehaceres, iba a clase de yoga los lunes o a clase de spinning los martes y jueves, preparaba la comida del día siguiente, cenaba con sus compañeros de piso, veía un poco la tele, se cepillaba los dientes, se ponía sus cremas, daba las buenas noches y se iba a dormir.
Se podría decir que Perita era bastante feliz con su día a día hasta que una noche (buena) de Diciembre, como si de una pesadilla se tratase, apareció el fantasma de las Navidades presentes y Perita, totalmente en contra de su voluntad, empezó a comer como una descosía: desayunaba tres veces, comía fuera de horas, asaltaba la despensa de sus familiares, pedía ración doble, lamía las sobras de los platos y devoraba los restos del día anterior. – «Bonica, menjes més que una revolta de riu! – le advertía su familia; pero Perita se consolaba pensando que ya dejaría de comer cuando pasaran las Navidades pasadas, que en realidad no hace tanto que pasaron. Pero pasaron, y tanto que pasaron, y Perita dejó de comer, y se convirtió en la Pera Calavera, se hizo famosa, contrató un manager, un asesor de imagen y un estilista, asistía a fiestas en la Moraleja, ganó el título de Miss Halloween, conoció a Tim Burton, la contrató para su última película, se hizo rica, se compró un nicho en Hollywood, se murió y resucitó rodeada para siempre de calaveras, sus fans más incondicionales, aquéllas que al llegar al cementerio la recibieron vitoreando el famoso epitafio que Groucho Marx le dedicó a su suegra: RIP, RIP…Hurra!
Moraleja: Zona de fiestas pijas, bufandas burberrys y gaviotas azules.
Moraleja: LOS PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO MATAN. Para ellos, mi dedo hacia abajo, como cualquier nerón circense.
Epitafio: El Jalón y sus genios nos acompañan en el sentimiento.
Va por ti, Calavera!
P-a–p-a-k-o-k-i-t-o.