Un buen dia como hoy, hace mil millones de años en Japón, nacía ella, la más bella, fruto de la imaginación de una gran historia (de amor).
En los confines de un país verde y azul … no, no, en el espacio encerrado entre dos metros cuadrados, entre perchas y harapos, afilaba su espada un samurai muy guapo.
Ella, moza aventurera que asomaba a los grifos de la treintena, entró despistada y ajena a aquella delicada escena.
En ese preci(o)so instante, quiso Songoku*, dios mediante, que los astros se alinearan para que él se girara y ella le mirara. De repente, como si de un efecto lisérgico se tratara, el suelo ondulaba bajo sus pies de enamorada:
– Mi corazón palpita como una patata frita!!
El samurai, que seguía a su faena, al oirla palpitar, pensó: ¿Y esta patata? … (espadazo!!!) Me la llevo pa mi casa.
Y patatín, patatán, así nació la patata samurai. Fruto de un flechazo (en este caso, espadazo) entre dos samurais modernos que vete tú a saber qué será de ellos.
Sea lo que sea, la suerte ya está echada y la patata … sembrada.
*NdT: En este fragmento el autor se refiere a Songoku como la versión indie de AIZEN-MYO, dios japonés del amor, adorado por prostitutas, cantantes y músicos. A pesar de su apariencia feroz (posee un tercer ojo colocado verticalmente entre sus otros ojos y una cabeza de león) es considerado un ser benéfico con el género humano.
Que no, que esto no me lo invento, que es verdad lo que os cuento. Pero esto fue hace mucho tiempo, hoy en día ya lo saben, el amor (dicen) tiene forma de patata. Y en consecuencia, ni Darwin ni evolución, lo dice la Trinca en su canción:
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